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Looking For The Perfect Beat

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DÂM-FUNK. Iluminado

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN EL NÚMERO 46 (MARZO 2014)

Tras unos años agazapado en segundo plano, trabajando con constancia en un sonido que me atrevería a calificar de monolítico, por fin los focos le apuntan de verdad. La culpa la tiene su último compañero de aventura musical, Snoop Dogg, de eso no creo que haya dudas, pero para salir en la portada de Enlace Funk, por ejemplo, ha tenido bastante que ver otro disco publicado poco antes en el que Dâm se unía al gran Steve Arrington. Oportunidad y credibilidad. De eso van las siguientes líneas: de reivindicar el modern funk ochentero adaptándolo a esta vertiginosa época.

Versión ampliada y revisada del artículo aparecido en el número 46 de la edición impresa de la revista Enlace Funk.

Versión ampliada y revisada del artículo aparecido en el número 46 de la edición impresa de la revista Enlace Funk. publicado en marzo de 2014.


Por: Alberto Rahim


1.GÉNESIS
La historia comienza en Pasadena, Los Angeles, a mediados  de los ochenta, en esa época en la que los chulos y los macarras escuchaban atronadoramente en sus coches canciones como “More Bounce to The Ounce” para poner a prueba su estéreo. En esa época en la podías vivir en territorio Blood y más estando cerquita del temible South Central. Damon Riddick estaba en el ecuador de su high schoool  cuando tomó una determinación: se dedicaría a la música. Era un buen estudiante pero obsesionado por su pasión, se escapaba los martes para comprarse, según salían, discos como el Parade o el Sign O’ The Times:  Un chico lo suficientemente centrado como para ir ahorrando e invirtiendo en equipo; en sintetizadores y cajas de ritmo. Alguien que con 18 años salió para no volver de la casa de sus papás y asumió que iba a depender más del salario de su trabajo de día –de momento-, que de aquellas cosas que grababa en cassette a través del precario mixer de dos pistas que había podido comprarse en el Radio Shack.

Es la misma época en la que California se inunda de rap y ya para finales de esa década, los esqueléticos beats de las bases se han transformado -tras la aparición de Dr. Dre-, en producciones que diseccionan viejos éxitos p-funk en el gangsta-rap.
Damon mientras ha dejado atrás sus inicios tras la batería y definitivamente se ha pasado a los teclados siguiendo el elemento que hacía especial a algunos de sus artistas favoritos como One Way, Mtume o la P-Funk. Uno de sus primeros trabajos como músico a sueldo resulta ser junto a Leon Sylvers III, antiguo productor del sello SOLAR, entre otras muchas cosas. Comenzó con un proyecto de New Jack swing, Double Action Theatre. Asi es, no eran exactamente los mejores años de Sylvers –de hecho trabajaron en un frustado disco de regreso de Milli Vanilli-, pero consigue salir de allí sabiendo grabar sus propias canciones y con un consejo grabado en la mente: “todo depende de tus relaciones”. Su siguiente paso profesional viene a través de un amigo que lo pone en contacto con el rapero Mack10, que al escuchar lo que anda haciendo en casa le ofrece grabar con él y queda tan impresionado que termina como músico de sesión en numerosos proyectos de rap pandillero del sello Priority, Ice Cube incluido. Efectivamente, es fácil imaginar su trabajo en una estética tan marcada como la del gangsta de comienzos de los noventas. No le iba mal, por las mañanas conducía trailers por la autopista, después grababa y cobraba bien y sin historias macabras relacionadas con malos ambientes, como ha remarcado en varias entrevistas. Eran muy profesionales y quizás por eso un día se dio cuenta de que había dejado abandonada su propia carrera y dejó aquel trabajo.

2.FUNK IS EVERYWHERE
El siguiente capítulo de su biografía sucede a comienzos de la pasada década. El Damon de su nombre, coloquialmente, entre sus amigos, siempre se reducía a Dam. Decide elegir Funk como apellido ‘artístico’ por razones obvias. Alguien que colecciona tanto los discos, como el equipamiento con el que se grababan, puede ponerse su pasión como apellido. En 2006, en Culvert City, LA, pone en marcha las sesiones Funkmosphere aliado con tres amigos. Se trata de recuperar el boogie y otras variantes del funk ochentero y pasa de fenómeno local a nacional muy rápidamente ganándose la reputación con una selección musical escrúpulosa a base de 12” que coinciden con la reivindicación de esos sonidos no solamente desde el bando de los coleccionistas de black music.Una noche,  Dâm está en el Stars Shoes y se queda boquiabierto con una sesión que el DJ está haciendo solo con material de 1983. Se trata de Peanut Butter Wolf, se ponen a hablar y descubren compartir gustos.

El siguiente paso es invitarle a pinchar en Funkmosphere cosa que Wolf acepta. Seguimos en 2006. Ese año Stones Throw ha editado un disco de debú grabado 18 años antes por Baron Zen. Una obra curiosa que hermana punk y sampler. Inocentemente, Funk deja un comentario positivo en el Myspace de la disquera. Ya por privado, Wolf se sorprende por ese “like” y le propone formar parte de un disco de remixes de Zen que anda organizando. Por fin la oportunidad que llevaba años esperando. Como “Shoes” ya la ha escogido Madlib, nuestro protagonista elige “Burn Rubber”, un skit ruidoso que transforma en una versión de la GAP Band. Su sonido, esa rotunda e inesperada reivindicación sin edulcorantes de la estética musical de comienzos de los 1980s, hizo que todos –y no solo me refiero a selectores famosos como J Rocc- se preguntaran quién era ese tipo. Ni Wolf ni Funk dejan pasar el momento; preparar una canción para un recopilatorio con una semana de plazo, por ejemplo. En 2008, estrenó ya a su nombre el maxi “Burgundy City/ GalacticFun” con brumosas atmósferas sintéticas que definitivamente no eran beats, era música, sonaba a funk. En los siguientes meses continuó el goteo de referencias: firmando el 4° volumen de la serie Rhythm Trax o ya en 2009 lanzando un 7” que acompañaba la compra de ciertas camisetas y una remezcla, ampliamente difundida en internet, del grupo de pop alternativo del momento, Animal Collective. Aperitivos de lo que andaba cocinando nuestro protagonista.

3. THE LANDING
Cuando por fin se anuncia su primer larga duración en octubre de 2009, lo de larga acaba quedándose corto. Toeachizown se publica como cinco LPs independientes, agrupados bajo diferentes títulos –“Latrik”, “Fly”, “Life”, “Hood” y “Sky”- o una versión reducida en doble CD. Dos horas y media de presentación en sociedad de un creador sumamente fértil y que además había esperado esta oportunidad durante mucho, mucho tiempo. Se trata de un exhaustivo homenaje a unos años ochenta sintéticos, que mezclan y reivindican a nombres que incluyen a Egyptian Lover, Roger Troutman, el P-Funk tardío y cómo no Prince. Parece querer poner el año cero en 1987, cuando el funk empezaba a ser mal visto e imponer su propia utopía a base de Rolands y syndrums. Unas canciones, francamente de acabados imperfectos, donde se siente la humanidad chorreando. Donde se evita, irónicamente por eso, caer en el revival.

La verdad, Toeachizown cosecha excelentes críticas y hasta agota su edición en vinilo. La ironía es que la mayoría de su público no se encuentra entre, digamos, los diggers de boogie funk ochentero sino en un ambiente más relacionado con palabras como indie o hipster, que andaba interesado en la escena de la capital californiana gracias a efímeras etiquetas pop como el bedroom funk de Nite Jewel o el advenimiento del chill wave que también asomó en esas tierras. De pronto L.A. se transformaba en una especie de capital del groove y Riddick empezaba a ser apodado “The Godfather of Boogie Funk” y cada vez más solicitado para directos y sesiones de DJ. Estamos en otros tiempos. Antes se hubiera calificado a un quíntuple álbum de debut de mamotreto o delirio de grandeza. Ahora lo tenemos que entender como la espita abierta de un largo, concienzudo y dedicado trabajo musical. Una ironía en la época del déficit de atención; dos horas y media de música que requieren de una segunda y una quinta escucha para poder propiamente disfrutarlo, para que brillen hits como “Hood Pass Intact” y descubras los detalles; Sylvers como productor ejecutivo o la presencia de Mark De-Clive Lowe tocando un solo en “Candy Dancing”. Termina siendo una anacronía analógica en un mundo digital; alguien que afirmaba convencido que el funk no era una moda, que quería saltarse la parte de los cardados afro y las guitarras con wha wha y devolverlo a la vida justo tal como estaba cuando lo enterraron en los años de la invasión del cedé.Tras el disco sigue firmando remezclas, colaborando con otros artistas –Hudson Mohawke y arranca el proyecto Nite Funk con Nite Jewel- o bate un peculiar record en el South by Southwest en Austin, ofreciendo 15 shows a lo largo del festival.

Sin dudas, el capo de Stones Throw  se entusiasmó con haber descubierto la hiper productividad de su nuevo artista. Para mantener el nombre de Funk en movimiento, publicó en octubre del siguiente año Adolescent Funk, una selección que el propio Wolf realizó de las cassettes grabadas entre 1988 y 1992 por nuestro artista y que desvelan, entre siseos de banda magnética, a un artista con unas herramientas tan primitivas como un Casio SK-1 que expresa sus obsesiones –muchas letras sobre sexo, claro- y también numerosas pistas musicales sobre sus gustos –algunas obvias referencias a Funkadelic en «I Like Your Big Azz (Girl)» y el omnipresente Prince-, sobre la época en que se grababa –ahí ya toca hablar de new jack swing o incluso en «When I’m With U IThink of Her» mencionar el house-.

Un retrato fragmentado que da testamento de todas las puertas a las que llamaba, aunque tampoco omite guiños tan específicos como el que suelta a Sheila E en el solo de batería de “TheTelephone Call”. Sin reparos podríamos calificarlo como el pirata oficial de Dâm-Funk. Pero en 2010 también llegó música nueva del músico de Pasadena con eternas gafas de sol.  De hecho son dos lanzamientos en los que colabora un renacido artista de la vieja escuela del que vamos a seguir hablando en este artículo, el ex –Slave y ex –Hall of Fame Steve Arrington, los maxis “Goin’ Hard” y otro con remakes de canciones de Toeachizown. Arrington fue tema en aquella primera conversación de Wolf y Funk cuando se conocieron y Arrington, que se hizo ministro religioso en sus años de gloria y dejó la música no religiosa en 1990, había estado siguiendo los videos que colgaba en internet aquel nuevo funkster californiano. Siempre está bien que las nuevas generaciones  no tengan miedo de juntarse con los más veteranos y más, si como es este caso, la relación termine siendo de largo recorrido. Hubo más novedades en este periodo. Por ejemplo presentó a Master Blazter, un trío completado por Jason Taylor –Computer Jay, teclados- y la batería de Jovan Coleman –J-1- con el que salió de gira en el periodo 2010-11 y publicaron un LP en directo de edición limitada “Stones Throw Direct to Disc#3” y una mixtape en internet.  Adaptando su estajanovismo a las nuevas tecnologías, Dâm empezó a inundar su Soundcloud de innumerables  demos y temas inéditos. Entre ellos, el EP “InnaFocusedDaze” que terminaría saliendo en formato físico a través de Scion AV en 2011.

Se habló de que está preparando algo con Steve Arrington, y unos meses más tarde aparecería otro EP, “I Don’t Wanna Be A Star” en el que se atreve con la cara B de “When Doves Cry”, “17 Days” consiguiendo superar el desafío. Se llega a anunciar hasta un álbum en solitario, «See The Light» que tuvo como fecha tentativa el otoño de 2012, pero pronto se vio que había otros planes en vista. Entre ellos, reformar Master Blazter tras el fallecimiento de su batería. John Theodore –tras los tambores en Mars Volta- y Keith Eaddy formarán el nuevo trío bajo otra denominación.

4. ES SU TURNO

Cuando ya nos habíamos acostumbrado al goteo constante de las composiciones que sigue poniendo en internet, nos llegó, ya después del verano, la noticia del lanzamiento de “Higher”. Por fin un larga duración de esa intermitente colaboración que hacía ya tres años había iniciado Dâm con su reconocido maestro Steve Arrington.  Una doble resurrección discográfica que por un lado mostraba una mayor gama cromática por parte de Riddick –el encargado de la música, que tampoco renuncia a las herramientas que a estas alturas ya forman parte de su identidad-logrando un punto en el que más que dejarse llevar por el revival, camina al filo de un g-funk musculoso, con líneas de bajo como tendones.

Arrington se desmelena desempolvando melodías vocales que no desentonarían en sus último repertorio junto a Hall of Fame. Nostalgia, puede, pero también con  letras mezcla de reflexión personal y genérica como ese “I Be Goin’ Hard” que abre el trabajo. Posiblemente, el mejor disco para hacer pasar el aire entre tanto revisionismo sesentero y setentero de la temporada. Lo malo es que ni siquiera hemos tenido tiempo para digerirlo cuando el rumor de “7 Days Of Funk” se convertía en realidad.

El precedente hay que buscarlo un par de años antes. En Los Ángeles –claro-, en un evento publicitario que tenía lugar en la galería HVW8 a instancias de una conocida marca deportiva y con Snoop Dogg como gancho. En él también estaba invitado el show de DJ con sintetizador incorporado de Dâm Funk. Lo que en principio iban a ser solo unas palabras de introducción del rapero al músico se convirtió en un freestyle que dejó noqueados tanto al músico como a los asistentes. Las declaraciones, llenas de buenas intenciones y ocultos deseos de Funk a los medios después de esa fecha: “Me encantaría grabar algo algún día con él”, se terminaron transformando, a finales del otoño de 2013 en una realidad.

Con 7 Days of Funk se cuadra el círculo. Por fin el personaje creado por Damon Riddick consigue la exposición planetaria a la que cualquier músico aspiraría. Sin renunciar a su esencia en 25 años de obcecada carrera se junta con un Snoopzilla, que, no se comenta demasiado, pero quizás andaba muy  interesado en darse algo de credibilidad tras el fallido experimento de Snoop Lion junto a Diplo –y también Miley Cyrus, porqué nos vamos a callar-. Asi que, si alguna vez alguien  imaginó que hubiera pasado si el autor de “Who Am I?(What’s My Name?)», hubiera cambiado a Dre por alguien igual de enajenado por los teclados de Bernie Worrell pero capaz de hacerlos sonar tocados por sus propios dedos. Porque ni hay dudas de que suena inequívocamente a aquel caricaturesco g-funk de hace dos décadas ni de que Snoop canta tanto como rapea, recuperando el camino abierto años antes por el zapp-esco single “Sensual Seduction”.

Sin loops, con melodías vocales que se quedan dándote vueltas por la cabeza mientras tratas de calcular si algo tan callejero de verdad se está convirtiendo en cool. Como hemos podido leer en entrevistas en diferentes medios, ambos artistas apenas se llevan unos meses de edad y vivían a cuarenta minutos de distancia el uno del otro. Sin comparar los entornos socio-económicos, ambos eran unos niños de 7 años cuando Bootsy Collins se transformó en Bootzilla y pocos más cuando Zapp y compañía transformaron los gustos de su generación. Se nota en el disco esa confianza y esa despreocupación que hace que el groove vista holgado y ninguno de los dos se imponga al otro. Ocho canciones, poco más de media hora que pasa volando y deja con ganas de algo más que otro disco con sus instrumentales.

Un desastre tendría que suceder para que este artículo no tenga continuación en los próximos años si el ritmo de trabajo de Dâm Funk sigue siendo tan exigente. La reválida será con toda lógica el que, cuando lo edite, será propiamente su segundo álbum en solitario, posiblemente en una discográfica ya bajo su dirección. La oportunidad de escuchar –siguiendo con la fuente de analogías más constante en el informe- su “1999” o “Purple Rain” parece más cercana. Tiene agallas y empeño para intentarlo, de eso no caben dudas.

Nada como apretar una tecla
En una época de simuladores informáticos, loops y estudios de grabación virtuales, Funk reivindica el calor de lo analógico, los teclados tocados a dos manos y las líneas de bajo que rezuman electricidad estática. Su equipo; una colección de teclados y cajas de ritmos vintage son la clave. Lleva toda la vida con ellas.De la misma manera que la llegada en los ochenta de los sintetizadores y los videoclips se llevaron por delante –entre otras cosas- toda una forma de entender y tocar el funk, quedando solo en pie los que lograron entender el cambio de necesidades de su público. La más cercana en el tiempo digitalización ha terminado por convertir la falsificación, la simple manipulación de una obra ya existente en música que hasta se atreve a negar su esencia. La única vacuna ante software y ordenadores son aquellas mismas máquinas que aligeraron plantillas de músicos de sesión hace 25 años. Damon G. Riddick, desde la soledad del cuarto de su casa, invirtió lo que no gastaba en discos en equipo para ir perfeccionando aquellas apasionadas grabaciones domésticas. En su biografía ya hemos mencionado un aparato, el entrañable Casio SK-1, aunque tiene otros que podríamos calificar como emblemáticos. Las cajas de ritmos Oberheim DMX con su característico clap y tan usadas en la época del boogie y electro funk, sin descartar otras marcas como Linn o Sequential Circuits o Drum Trax. Hablando de teclados, lo mismo puede decantarse por los ‘cálidos’ sonidos de los primeros Korg, como decidirse, como muchas veces suele, por el Roland Juno 1, el que no tiene sensibilidad en las teclas y le da más margen para improvisar. Porque, la verdad es que quitando el periodo de Master Blazter, Dâm-Funk en vivo parece un hombre orquesta. Con una mano hace las líneas de bajo y con la otra suelta los acordes desde el teclado. Lo único programado es el beat. En el estudio –recordemos que es alérgico a Protools y demás modernidades- va grabando bloques a tres manos en CD con su mezcladora Pionner DJ-800 para ahorrarse la cantidad de pistas. Un método más artesanal que otra cosa que depende mucho del posterior trabajo de masterización. Una de las razones por las que, sin dedicarle tiempo, su música al principio sorprende por su uniformidad.


RECONÓCELOS
Merecen respeto por todo lo que has aprendido y disfrutado con ellos; por todo lo que les debes. Las influencias musicales de cada artista son algo muy parecido a sus padres. En este caso, alguien que cambia su apellido heredado por el de Funk, es alguien que tiene las ideas muy claras.


Que un artista hable sin tapujos sobre sus obsesiones musicales no es tan fácil en ciertos niveles. El ejemplo de Prince, que parece que tuvo que esperar a hacer de anfitrión en el ingreso de la P-Funk en el Rock n’ Roll Hall of Fame en 1997 para deshacerse en elogios de George Clinton y compañía y acreditar su influencia en “Erotic City”, parece ser la norma. Bueno, parece que la rotunda sinceridad de Damon G. Riddick puede hacer cambiar las cosas. Él mismo suele pronunciar los nombres de Prince, Slave, Loose Ends, Mtume, Kleer, Kevin McCord de One Way, Ready For The World, Teena Marie, Kleer o L.A. Dream Team en sus entrevistas, donde tampoco oculta gustos más heavies como Iron Maiden o Kiss.

También luce su colección de discos periódicamente pinchando –aunque solo sea los lunes en las sesiones Funkmosphere– y, lo más importante, siendo músico, ha tenido la oportunidad de juntarse con algún viejo ídolo para tocar o incluso grabar.Ya hemos hablado de Snoop, Steve Arrington, Leon Sylvers, Jewel y hasta Milli Vanilli, pero aun sabemos de alguno más. Jody Watley, por ejemplo. La estrella de mediados de los ochentas, bregada en la escuela de Soul Train, ha grabado con él parte de “Chameleon”, que todavía sigue inédito y ha sido el primer nombre confirmado entre los cantantes invitados al segundo disco de Funk. Otro más inesperado, aunque compartan los sistemas de grabación primitivos y autistas es Ariel Pink que en un principio le pidió una remezcla y poco después, en 2012 le tenía haciendo coros en “Baby”, su versión de Donnie &Joe Emmerson y compartiendo escenario por EE UU ese mismo año. El que por ahora se le ha escapado es Walter ‘Junie’ Morrison, pese a las numerosas veces que ha declarado su admiración y ganas al ex–Ohio Player y ex- Parliament que acaba de poner en marcha Teknadelic, su actualización del funk a las nuevas tecnologías.


Si estamos con nombres y la etiqueta modern funk y aledaños, merece la pena más que enumerar nombres de artistas que han terminado haciendo compañía a Dâm-Funk en el hasta hace poco monocolor catálogo de Stones Throw –Myron and E, The Stepkids o el ya emancipado Mayer Hawthorne, todos conocidos de estas páginas- aprovechar para poner el foco en un par de discográficas que también le están sacando mucho jugo al funk californiano de hace 30 años. Por un lado Omega Supreme Records, con artistas como Sasac o Turquoise Summer y por People’s Potential Unlimited, editora del mismo estado donde también han llamado la atención artistas como Benedek o Psychic Mirrors, además de los referidos arriba.

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