Enigmáticos y esquivos, Danzón el Gato reivindican la promiscuidad musical como la vía más auténtica para dar a luz nuevos espacios. De ahí viene lo de «El Sonido Bastardo», que así se titula su álbum de debut: de imponer diálogos entre jazz, funk, música de raíz, ecos que van desde la música tropical hasta la música del norte de África; dando a luz un monolito lo suficientemente polifónico y con los suficientes padres y madres putativos como para iluminar un nuevo espacio sonoro.

Javier Adán y Santiago Rapallo, dos artesanos del sonido y del estudio, lejos de los focos pero siempre en la vanguardia, conocidos por haber formado parte de proyectos esenciales del underground como Dead Capo, Zure Gura o UMD (Unidad Mínima de Destrucción), se encerraron en Madrid a fundir géneros y obligarlos a claudicar ante una mezcla de razas donde el groove siempre fue el punto de apoyo de todas las canciones.
Lo han conseguido Danzón el Gato en «El Sonido Bastardo», cuya escucha despista tanto que podría ser un álbum de culto descubierto en una feria de discos o en un enlace privado de la próxima maravilla que ponderará el groove occidental dentro de treinta años. En este cancionero, se permiten licencias que van desde rehacer «La Tarara» en un código místico hasta pillar el espíritu de la bomba puertorriqueña o el funk magrebí.

Una coctelera lo suficientemente rica en matices como para que esta epopeya tranquila atraviese el sonido de grupos como Khruangbin, Ko Shi Moon o Boom Pam con la sabiduría suficiente como para demostrar que lo que nació en aquel estudio de Suanzes que fue desmantelado poco tiempo después, no se ha quedado allá: ha conseguido iluminar una nueva raza sonora, EL SONIDO BASTARDO.