Por: Larry ACR
Fotografías de PIER Fotografía
Amanecimos en un sábado lluvioso, más propio de latitudes británicas, aún con las reminiscencias de la actuación sublime de la que fuimos testigo la noche anterior, con un Ernesto Aurignac que, a su faceta como extraordinario saxofonista (es “voz populi” en el gremio), suma su consagración como compositor y director de big band (aunque su sueño es llegar a componer para la Orquesta Nacional de España) con el proyecto “Plutón”, un viaje interestelar con el malagueño como piloto.
Nuestra primera parada, a media mañana, tenía el Centro Cultural Carril del Conde del distrito de Hortaleza como objetivo y a la cantante bilbaína Noa Lur como protagonista. Más allá de transmitir la idea de que el jazz no entiende de edad (y que ya es hora de que deje de ser patrimonio de personas de cierta edad), creo que el valor de su propuesta Jazz for Children, que cuenta sus actuaciones por llenos, radica en respetar al niño y su capacidad para comprender conceptos en apariencia complejos como el scat, los arreglos musicales, el cabaré (acertada incorporación del showman John O´Brien como profesional en la materia), o el rol de cada instrumento, si sabe transmitir con el léxico adecuado y una propuesta audiovisual atractiva.
Así, clásicos del repertorio Disney como “Lo más vital” (El libro de la selva) o “No hay un genio tan genial” (Aladdin) conviven en el repertorio intercalados con composiciones que resisten bien el paso de los años como “Minnie the Moocher” de Cab Calloway -con ese estribillo legendario “hidehidehidehi hodehodehodeho”-, o “A ticket a tasket” y “How high the moon” de Ella Fitzgerald, cantado esta última por “la cumpleañera” Alana, hija del matrimonio conformado por los músicos Pahola y Emmet Crowley. Y es que los niños también participan del espectáculo con intervenciones tan afortunadas como las del baterista Alejandro, a quien su propio progenitor David Fernández cedió las baquetas por un tema, garantizando así el relevo generacional.
A esa nueva hornada de jazzistas emanados de las escuelas de jazz y música creativa (Musikene en este caso) pertenece el quinteto radicado en Madrid que responde al nombre de The Machetazo. Una formación, curtida en jam sessions como las del desaparecido El Plaza Jazz Club o en clubes de Ámsterdam como el Café Alto, el Club Meander o el Bimhuis, y cuyo nombre, en apariencia punk, revela su pretensión de romper, machete en mano, con ciertos clichés y lugares comunes presentes en la escena jazz.
Para comenzar, no se trata de una banda liderada por un frontman y respaldada por varios sideman, sino de un quinteto en el que todos aportan (sonaron composiciones del baterista Mikel Urretagoiena, como “Nice view”, del saxofonista Daniel Juárez, como “In a cloudy day (Groningen)”, o del guitarrista e improvisado ”speaker” Nacho Fernández, como “Fire goddess” o “Seamus”, dedicada a su gatita y no al conocido saxofonista canadiense Seamus Blake) en piezas de amplios desarrollos, pero con cierta querencia por postulados más “ruidistas” en las codas, mientras la pintora alcalaína Zaida Escobar iba haciendo y rehaciendo un cuadro al modo de los “happenings” de los años 50 del pasado siglo: una creación efímera y transdisciplinar que va improvisándose sobre la marcha al interactuar con la música.
Y si alguien puede sintonizar con esa actitud irreverente y transgresora, cuasi punk, de The Machetazo, ese es Tino di Geraldo, baterista hispanofrancés de probada calidad avalada por casi cuatro décadas de servicios prestados, en estudio y sobre los escenarios, a eminencias de la talla de Paco de Lucía, Carlos Núñez, Luz Casal, Manolo Sanlúcar, Niña Pastori o Raimundo Amador, entre muchos otros.
Un músico que es capaz de rodearse de la flor y nata de los músicos cubanos residentes en nuestro país (Yelsy Heredia al contrabajo, Javier Massó “Caramelo” al piano, Pedro Pablo Rodríguez y Ramón González “El León” a las percusiones, Manuel Machado a la trompeta, Joulien Ferrer al trombón…) para explicarnos que la rumba antillana no dista demasiado de nuestro flamenco, hasta el punto de permitirse abordar una pieza de Los Van Van en clave de bulerías, con un excepcional duelo de voces y bailes entre Yelsy Heredia y Tomasito, uno de los invitados “estrella” de la noche.
Pero la propuesta de “Concert Bal”, ofrecida en primicia por Jazzmadrid (será difícil disfrutarla en todo su esplendor más adelante), es una obra faraónica en lo musical, en la que Di Geraldo no ha escatimado en medios y músicos para poder desplegar sus ideas en compañía de viejos compañeros de profesión. Compañeros como el bajista Carles Benavent o el flautista Jorge Pardo, destinatarios de los mayores aplausos de la velada, una muestra más de la generosidad de Di Geraldo sobre el escenario, siendo capaz de lograr apaciguar la fiebre habitual de Javier Massó “Caramelo” para que un “latin jazz”, introducido con destreza y mesura por este, se convirtiera en una suerte de free jazz, con “La Marsellesa” interpretada en un solo de trompeta de Manuel Machado incluida, o de que la sección de metales y el piano alternasen la voz principal a la melodía de un medley en el que sonaron, entre otros, el “Entre dos aguas” de Paco de Lucía y “El Porrompompero” de Juan Solano popularizado por Manolo Escobar.
Un acontecimiento que, como se encargó de recalcar Yelsy Heredia con ese don de gentes que en él es marca de clase, dejará huella en nuestra memoria y al que en un futuro podremos acudir prestos para reivindicar con orgullo ese clásico tan español del “yo estuve allí”.