Una familia bonita de mujeres poderosas que tienen claras las cosas. Y una virtud infinita: su cultura es muy bonita, llena de tradición. Con amor, cada canción -que cantan con maestría- transmite mucha alegría. ¡Enkelé, mi agrupación!
“Décima” (Enkelé, Pa’ la cima, EcoMusic, 2024)
Este no es un artículo al uso. Esta es la increíble, mágica y real – muy real – historia de siete niñas que crecieron a lado y lado del río Magdalena, ese río con nombre de mujer donde se parió la cumbia, entre otros géneros musicales del país suramericano. He aquí la historia de cómo las siete protagonistas de este relato bebieron de sus ancestras y se ganaron el derecho de tocar instrumentos hasta ahora prohibidos para las mujeres. Y los hicieron suyos. El cuento de una estrella predestinada a unirlas y que las baña hoy con una música versa sobre sangre, tierra y agua. Sobre pasado y futuro, futuro a raudales.
La fuerza de estas siete niñas se curtió entre naturaleza y familia. En Praga, sobre el escenario Orlen Drive Stage, representando a su país en uno de los festivales más exigentes de Europa, las mujeres en que se han convertido estas siete niñas habrían de invocar la fuerza heredada y, como en un flashback de peli hollywoodiense, seguramente evocaron su pasado. La pequeña Yira se vería prestando atención sin pestañear a las mujeres de su pueblo bailar faraotas, una danza guerrera que desde tiempos coloniales defiende los derechos de la mujer. Damar, que aprendió a bailar bullerengue antes que, a rezar, jugando en el volcán de lodo más grande de la región. Camila, percibiendo en su casa materna el aroma del maíz maduro que cabalgaba el aire y se colaba por entre las rendijas de la cocina, convertido en arepa. Mildreth, nutriéndose de bailes cantaos y tamboras no aptas para las manos de una mujer -o eso bramaban los machos – y su coraje ya susurrándole al oído que robase ese fuego a cualquier precio. Angélica, criada entre bambucos, guabinas y pasillos, comiendo hormigas culonas tostadas mientras inclinaba la cabeza hacia los sonidos de percusión afro que subían desde el río en pleno sol de los venados. Yuranis, del pueblo petrolero de Barrancabermeja, sentada en el portal de casa escuchando colores del continente Madre. Y Carolina, caraqueña radicada desde hace muchas lunas ya en Colombia, tocando las maracas, sonriendo confiada en que algún día un gran sueño se haría realidad. Agua y danza, lodo y oración, maíz y aire, sangre y fuego, hormigas y tamboras, río y sueño… todo este bagaje y mestizaje se ha transformado en embrujo.
Y la estrella de siete puntas que las unió relucirá sobre Madrid el próximo 24 de julio en la Sala El Intruso. El nombre del grupo no es casualidad: significa “estrella” en lengua Bantú, del Congo africano; he aquí su estrella guía. Su música es el baile cantao, expresión artística del caribe colombiano, producto del espíritu resiliente de africanas y africanos esclavizados. Las canciones de ENKELÉ están ayudando a romper las barreras de una cultura limitante y excluyente, marcada por el conflicto armado. “Seguimos en esa lucha, ya se ven más mujeres tocando el tambor, la gaita y el millo”, dice Carolina Delgado. Guerreras, poetisas, maestras, curadoras, iconoclastas y referentes para miles de niñas que hoy quieren hacer lo que ellas hacen, nos cuentan que con su arte no proponen nada distinto a reconocer la historia de las mujeres en la música… y empoderar a futuras generaciones. “Queremos invitar a todas las mujeres de cualquier edad a que se atrevan a vivir sus sueños, decirles que todo es posible, que las mujeres podemos interpretar… no solo cantar o bailar”. Su presencia en la cultura afrocolombiana -y la afrodescendiente, en general- es más que necesaria pues en la música tradicional hay techos de cristal por conquistar. O hacer saltar por los aires a grito pelao’ si hace falta, que ya iba siendo hora.
ENKELÉ es una potente apuesta coral de mujeres diversas que alzan su voz contra el machismo mezclando géneros regionales con letras arriesgadas herederas de la magia del río Magdalena y de la(s) realidad(es) de siete pequeñas gigantes que migraron desde lugares de la costa caribe y Venezuela hacia Bucaramanga, capital del oriente colombiano, para invocar el legado de sus madres y abuelas como manera de gestionar una realidad violenta para las migrantes.
Llegan las ENKELÉ a las Noches de la Parcería (Madrid, 24 de julio) tras juntarse hace años en Bucaramanga y empoderarse gracias a la música. Llegan con sus turbantes y sus mochilas a cantarle al mundo qué significa crecer siendo cualquier cosa menos un hombre en una región heteronormativa y conservadora de un país que, aunque hermoso, aún tiene batallas que librar en lo que a inclusión y diversidad respecta. Y de una ciudad que, aunque pujante, tiene como regidor a un pastor evangélico que niega sistemáticamente el crisol multicolor de sus habitantes.
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ENKELÉ está formado por tres cantaoras y cuatro percusionistas. Las cantaoras son Yira Miranda, quien llegó a Bucaramanga desde Talaigua Nuevo, Bolívar; es compositora y trabajadora social; las Faraotas de su pueblo han hecho del Carnaval de Barranquilla un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Damar Guerrero, oriunda de Arboletes, es compositora y estudiante de Licenciatura en Música, proviene de una dinastía familiar (una abuela que bailó a pesar de las articulaciones adoloridas; una madre siempre libre y un tío resistente, noble y diverso sin miedos que navegó la enfermedad verseando y componiendo) y trae su totuma, lodo de volcán, bullerengues, sextetos, porros y fandangos. Camila Pedrozo llegó desde Pelaya y es una guitarrista, licenciada en música bendecida por la ciénaga de Sahaya e influenciada por bandas que han aportado tanto a la afrocolombianidad como La Original de San Bernardo y la dinastía vallenata de los Oviedo. Las percusionistas son Mildreth Pasos (tambora, licenciada en danza) llegó a Bucaramanga desde Gamarra, pueblo pesquero sobre el Magdalena que aún hoy conserva la ancestral Fiesta del Paseo del Pajarito. Angélica Ruiz, de Bucaramanga toca el tambor alegre, es licenciada en música. Yuranis Miranda es bióloga y toca el llamador. Por último, la fundadora y directora del proyecto, Carolina Delgado es una compositora y maraquera que, desde el caribe venezolano, soñó con la estrella de siete puntas y se puso manos a la obra.
“Somos mujeres independientes en la industria de la música, y hacemos bailes cantaos; todo a punta de autogestión y el apoyo de la gente linda que cree en nosotras,” cuenta Carolina Delgado, la fundadora y directora de ENKELÉ.
No fue fácil para Mildreth Pasos la tamborera, por ejemplo, cuando hace dos décadas subió al escenario a tocar en Tamalameque (noreste colombiano): la sacaron del festival “porque una mujer no podía tocar la tambora”. Además de la resignificación que conlleva el romper tabúes como instrumentistas, merece la pena centrar la atención en las letras de Pa’ la Cima, el álbum que vienen a presentar. Las letras de los diez cortes son un paso gigantesco hacia adelante en ritmos/géneros como la cumbia o el bullerengue, pues ponen en primer plano obviedades como que la mujer tiene piel, que es dueña de su cuerpo y destino, que tiene voz para gritar sin que le llamen bruja, y que posee el poder de curar y parir, la magia de sus cuerdas vocales y sus manos, y la bendición de sus propias musas.
Pa’ la cima abre con una declaración de intenciones sobre quiénes son ellas y quiénes son su familia; continúa con esos amores que nunca pudieron ser; con una promesa a quien acaban de nacer; con un repique de cueros para el agua ¡que se nos acaba!; con una oda a la tierra bonita donde fueron paridas; con la confesión de una mujer amante que no sabe querer a medias si escucha el tambor o ve los ojos que la embrujan; con el canto de una niña criada en una plantación de tambores cosechada por su abuela; con una carta de perdón por los errores causados; con un alegre reconocimiento a las caminadoras que abrieron camino entre Montes de María y mariposas amarillas (Estercita Forero, Totó la Momposina).
Pa’ la cima cierra con un guiño a una tal Juana, que hace con su piel lo que le da la gana. Y va alegre entre matorrales, pues sus hermanas la protegen. Un robusto bullerengue para una historia rural, una conversación sobre libertades y derechos. Una representación de las mujeres que deseen disfrutar de su sexualidad, tomar decisiones sobre sus cuerpos, y no tener que dar explicaciones por sus actos”. Y Juana sale del matorral, revolcá como gallina. Y si hay que quitar a todo el patriarcado, yo lo voy a hacer… duélale a quien le duela, canta Damar Guerrero.
La producción de Pa’ la cima (Iván Benavides y Yeison Gómez) es impecable, las interpretaciones son magistrales, las letras, arriesgadas y francas. Creadoras de una sinergia potente, femenina y feminista, su intención es “llegar a más escenarios con nuestra música de tradición oral, con nuestros bailes cantaos compuestos por mujeres. Ampliar la visión que tenemos de nuestra música nos hace exigirnos un poco más, nos hace reivindicarnos por todo el trabajo que hemos hecho y todo lo que hemos crecido con este proyecto”, explica Damar Guerrero.
“En nuestras presentaciones hablamos de la importancia de tener unos espacios libres de violencia, no solo la violencia del machismo”.
Todo este realismo mágico, toda esta valentía real cocida a fuego lento entre cueros y cuerdas vocales es lo que se desplegará en un taller que darán en La Parcería y en el escenario de la Sala Intruso de Madrid la próxima semana. Una cita imprescindible para quienes disfruten de la música con talento, pedigrí, enjundia, ovarios, entidad y compromiso social. Una puesta en escena rebosante de pasado, presente… y mucho futuro.
ARTICULO POR: Marcelo Chaparro Santana
MIERCOLES 24 JULIO. EL INTRUSO.