Un asesinato brutal. A Francesc Reinosa lo ha masacrado, en su almacén de la calle Aragón, un desertor americano puesto hasta las cejas de centraminas llamado Jimmy.
Detrás de esta escabechina se hallan Pilar, que sólo quiere vivir su vida sin permiso de nadie, y Stephen, consumado experto en huidas hacia adelante. Y los hermanos Hall, también yanquis, con buenas ideas para el Jazz y otras, pésimas, para convertirse en grandes traficantes de jaco. Y Nancy, que está enganchadísima a la aguja. Y Joan, que venía a divertirse y se quedó aquí por amor. Y el Cambados y su pandilla, que creen tener un buen plan para levantarse una buena guita. Y el Patata, el último hijo de perra con el que nadie querría endeudarse. Y el Titi, su feroz lugarteniente.
Y, de fondo, la Plaza Real, y calle Escudellers, y calle Parlamento y el Pueblo Seco, en cuyos antros y sótanos restallan notas de Jazz, de Blues, de primigenio Rocanrol, poniéndole ritmo y compás a esta Barcelona de 1962. Jamboree, Jack’s, Jazz Colón, Kit Kat, El Tobogán, Zodiac.
Los sonidos de una urbe maltrecha cuyos meandros callejeros huelen a sanfaina y peligro, y por cuyas tascas, timbas y esquinas salen al paso buscavidas, pandilleros, pintxos, marinos, rumberos, putas, pijos y policías con muy mala hostia.
Todos viviendo al día. Todos viviendo en este lugar que limita con su propio tiempo. Todos bailándole a la vida, hasta que ésta te dice basta.